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martes, 24 de julio de 2012

Capítulo 4 de "Los Crímenes de Rote Höhle"

-Pedro, tráeme las pastillas que tengo encima de la mesa anda -dijo María entre toses.
-Ahora voy -respondió con desgana, demasiado ocupado con su teléfono móvil.

La mujer yacía tumbada en el sofá del salón mirando un aburrido programa del corazón que emitían en ese momento en televisión. Estaba enferma, no paraba de toser, tenía los ojos rojos y un fuerte dolor de cabeza que la acompañaba allá donde fuese. Y encima, Pedro no le ayudaba en nada, estaba en la cocina con su teléfono mandando mensajes. La mujer lo había conocido tras la desaparición de su marido hace unoos 3 o 4 años. Apareció de la nada, un día en un bar del pueblo se encontraron, y se enamoró de él, cosa que al principio de la relación fue correspondida, por lo que decidieron vivir juntos. Pero cada vez él la trataba con más desprecio.
El hombre era alto y musculado. Tenía un oscuro y liso pelo corto y unos ojos verdes oscuros que se combinaban con unos rasgos más comunes de un veinteañero que de uno de cuarenta.
Era cariñoso cuando quería, aunque casi siempre solía hablar con desgana o desprecio.
Ella era unna chica bastante sencilla en cuanto a personalidad, de la misma edad que el hombre año arriba, año abajo. Lucía un pelo castaño muy claro y unos preciosos ojos azules.
Un cuerpo delgado se juntaba con  unas largas y esbeltas piernas. Era una mujer guapísima y muy poco degradada por la edad.

-Esta tarde viene mi hijo, el periodista, ¿te acuerdas? -le dijo con una sonrisa forzada.
-¡Anda! ¡Qué bien!

María y Pedro vivían en una casa grande, que constaba de 4 habitacioness, dos cuartos de baño, una pequeña cocina, un gran salón-comedor y las demás salas típicas de una casa, todo ello repartido en dos plantas unidas por una escalera de madera.
El ruido del timbre interrumpió el silencio. Pedro corrió a abrir la puerta. Era el conocido secretario del alcalde. La mujer se escondió en el hueco que hay entre las escaleras y la pared de detrás dispuesta a escuchar la conversación.

-Ya he conseguido cerrar la maldita cueva de la garganta moviendo mis hilos, no volverán a entrar más niños.
El secretario del alcalde era famoso en el pueblo por sus delitos de blanqueo de dinero, de los que había salido impune gracias al enchufe que tenía debido a que su padre era concejal.
-Ya me ha contado Tomas.
-¿Qué Tomas?
-Heisler, Tomas Heisler, el nuevo.
-¡Ah si! Es verdad, ya no me acordaba de él.
-Bueno pues eso, que he estado hablando con él y con Fernando, el jefe.
-¿Y él que te ha contado?
-Pues que casi pillan a uno de los nuestros, escapó por los pelos
-Hay que realizar un cambio importante, pero ya mismo.
-Losé. Ésta noche nos reunimos donde siempre ¿no?
-De acuerdo, a medianoche nos vemos.
-Vale, hasta luego.
-Adios.

El extraño visitante cerró la puerta suavemente y se marchó. Pedro subió al piso de arriba. María seguía escondida tras las escaleras. No comprendía casi nada de la conversación, pese a haberla escuchado de cabo a rabo.
¿Casi pillan a uno de los nuestros? ¿De qué vuestros? ¿Hay que realizar cambios drásticos?
¿Qué cambios? ¿Acaso Pedro pertenecía a algún extraño club u organización?
Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Aquí hay gato encerrado.

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